Una vida llena de risas, decisiones y, sobre todo, amor a Dios

Mientras el huracán Bárbara ponía en riesgo las vidas de los cubanos y parte de las costas de Estados Unidos el 13 de agosto de 1953, en Santa Ana nacía Rafael Edgardo Urrutia Herrera, durante esa década Monseñor era un niño común y corriente que apoyaba fervientemente a su “Fasito de oro” refiriéndose al equipo de sus amores donde varios familiares han tenido la oportunidad de jugar.

Por Sebastián Valencia


Rafael Urrutia, un hombre de estatura promedia y que, a sus 63 años de edad, las canas ya empiezan a dominar su cabello y su vello facial, amablemente me en su hogar ubicado enfrente de la Parroquia Beato Oscar Romero (antes llamada la Resurrección). Dentro del hogar se encontraba su sirvienta Martita, quien con cariño nos sirvió una bebida a monseñor y a mí. Antes de sentarnos pude apreciar los diferentes cuadros que están colgados en la pared, los más importantes para él son el de monseñor Romero, papa Juan Pablo II y el de Rutilio Grande ya que fueron 3 personas que impactaron de gran manera la vida de Rafael Urrutia.


¿Cómo fue su infancia? crecí bajo el cuidado de mi abuela, Doña Dora quien me consintió, educó y corrigió hasta mis 12 años de edad. Mami dora, siempre me aguantó todas mis travesuras.

Posteriormente, armado de valor y mucha curiosidad el pequeño Rafael se incorpora a su familia, según recuerda él, alrededor de los 12 años conoce formalmente a sus padres y hermanos. Hijo de Rafael Edgardo Urrutia y Dora Alicia Herrera de Urrutia (ambos ya fallecidos), su padre era obrero y su madre era ama de casa.

“Mis papás me dieron una vida normal, no teníamos dinero, pero no éramos pobres. Si de definir a mi familia e infancia en una palabra se trata, creo que la más adecuada sería feliz” recalca “monse” como le dicen de cariño los jóvenes de la parroquia Beato Oscar Romero, ubicada en la colonia Miramonte.

Urrutia, cursó sus estudios básicos en una escuela pública llamada David J. Guzmán en Santa Ana. Posteriormente inicia sus aventuras escolares en el Instituto Nacional de Santa Ana, mejor conocido como el INSA, ahí cursó hasta octavo grado.


¿Qué quería ser de grande? Me debatía entre ser médico o militar para poder ayudar a la gente. En esos tiempos como toda persona yo quería cambiar el mundo.

Pero a pesar de buscar cambiar el mundo, Urrutia aseguró tener una infancia normal con fiestas, risas, deportes y hasta pequeños noviazgos formaron parte de su adolescencia.

Con una valija en cada mano y armado de valor, decide entrar al seminario menor de San José de la Montaña, ahí comenzó sus estudios de teología, pero para poder terminar sus estudios básicos tuvo que inscribirse en el instituto José Damián Villacorta ubicado en Santa Tecla. Ya que ahí se ubicaba el seminario. Para 1970, Urrutia ya era un bachiller. Con ganas de evangelizar el mundo, Urrutia se dirige al seminario Cristo Sacerdote en La Ceja, Colombia. Por un año, ahí profundizó más en la fe y sus conocimientos religiosos. Ya firme en su fe, Rafael Urrutia se dirige a Guatemala, ahí pasó 7 años estudiando para profesor de enseñanza de filosofía y finalizar sus estudios en teología. Mientras que la USSR hacíapruebas nucleares en el este de Kazakh el 4 de noviembre de 1978, en El Salvador monseñor Romero ordenaba sacerdote a Rafael Edgardo Urrutia Herrera junto a otros colegas.


¿A quién admiraba de pequeño? A Monseñor Esquivel debido al hecho que él siendo ya abogado dejó todo por entrar al seminario y seguir el llamado de Dios. Siempre he tratado escuchar la voluntad de Dios, yo creo que monseñor Rogelio Esquivel me ha ayudado a seguir luchando.

Reflexionando sobre su vocación, Monseñor cuenta que poco a poco fue sintiendo el dolor de la gente y cada vez le entusiasmaba más leer y conocer sobre los santos hasta que finalmente ya no pudo seguir escuchando su propia voluntad y decidió renunciar a “la vida normal”.

“A mis 63 años puedo asegurar que soy feliz haciendo lo que hago, quizá no cambie el mundo, pero con la ayuda de Dios he cambiado personas” cuenta Rafael con una sonrisa en el rostro.


¿Cómo es su día a día? Bastante ocupado, mi rutina empieza a las 4 de la mañana para hacer un poco de ejercicio, luego reviso mis correos y a las 5:45 am rezo con los padres y seminaristas, posteriormente dirijo la misa de las 6:30 am. A las 8 am me encuentro ya en mi oficina en la cancillería, ahí mismo atiendo el Tribunal Eclesiástico dos veces por semana ya que soy el Vicario Judicial de El Salvador. Por la tarde me dedico a atender la parroquia de la Miramonte y a los feligreses, pero cuando juega el Barcelona por las tardes me hago el loco con las cosas de la iglesia.

Ya en confianza el sacerdote explica que uno de sus grandes placeres de la vida es tomarse un “whiskito” el domingo por la noche.



¿Cuál ha sido un momento clave en su vida? Quizás la muerte de Monseñor Romero. Él fue como un padre para mí ya que cuando regresé de Guatemala, Romero me acogió como un hijo y me enseñó mucho de la vida sacerdotal como de la vida normal. Cuando él falleció, fue la primera que experimenté soledad y enojo hacia Dios. Pero cuando me nombraron como promotor de la beatificación de Monseñor Romero, me dio mucha alegría.


Mientras Urrutia bebe un poco de té, comenta cual de todos los papas ha admirado más y por qué, el papa Juan Pablo ll, por ser muy carismático con su pueblo, por sus doctrinas, y sobre el papa Francisco comenta que es una luz para la iglesia católica, “es una nueva manera y forma de ser papa, es un papa pobre, atrayente, tú vas a Roma el miércoles a San Pedro y la gente no cabe, quieren oírlo y estar cerca de él”.


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