La educación golpeada por las pandillas
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| Imagen de referencia tomada de Internet |
La
violencia en El Salvador no es algo nuevo, cada día que pasa las pandillas
afectan de una o de otra manera la situación del país.
Ernesto
Amaya, originario de San Martín, es un hombre de baja estatura, robusto, piel
morena y cabello canoso, vive con su esposa y sus dos hijos. A sus 64 años
cuenta con tristeza como por la delincuencia que se vive en el país, es tan
difícil salir adelante, pues lo más básico como la educación se vuelve casi
imposible por el acoso de los pandilleros.
Su
hijo José, de piel morena, delgado, de mediana estatura y cabello oscuro,
cuando tenía 13 años y asistía a la escuela, a pesar de ser un buen alumno, se
vio obligado a dejar de estudiar porque se convirtió en presa fácil para un
grupo de pandilleros de esa zona.
La
insistencia de los criminales aumentaba cada día más para lograr que José llegara
a formar parte de ellos. Cuando se
dirigía a su centro de estudio, ya
estaban fuera de su casa esperándolo y era lo mismo al salir de clases; “nunca
vas a estar solo” le decían a José, tratando de convencerlo de que aceptara
formar parte de ellos. Margarito era el nombre del marero que más le insistía a
José “aquí la vas a pasar bien, la vida es fácil de esta forma” le decían una y
otra vez.
Todos
los días que José se dirigía a estudiar era la misma historia, le hacían ver
que era tan fácil obtener lo que el quisiera, por el hecho de que todas las
personas les tenían miedo, y por ese temor accedían a darle lo que les pidieran
y si se negaban sabían que nada bueno les esperaba.
José
se encontraba desesperado por ese acoso, pero también por la necesidad de
estudiar, el sabia que en su casa solo trabajaba su padre y como el decía
habían “4 bocas que mantener”.
Los
padres de José estaban preocupados por la situación, ellos sabían que su hijo
no aceptaría las ofertas que le hicieran, a pesar de que fueran tan tentadoras en
relación a las necesidades económicas que tenían, pues siempre le inculcaron
valores.
Día
a día Margarito insistía, un hombre que José recuerda muy bien por su parecido
a don Ramón, del programa “El chavo del ocho”, era delgado, cabello negro y
ondulado, siempre vestía con jeans, camiseta y tenis, no perdía oportunidad
para decirle a José que ellos serian como una familia, que no lo dejarían solo.
Al
verse acorralado José decidió ya no salir de su casa, dejo la escuela, decisión
que sus padres aceptaron, pues tenían miedo que al ver que no aceptaba la
oferta lo llegaran a matar.
Ernesto
Amaya siente tristeza, y sabe que muchos
niños y jóvenes han pasado por la misma situación y se han visto obligados a
dejar sus estudios por el acoso de pandilleros.
San Martín es un municipio que ha llegado a convertirse en un importante foco de
pandillas y por supuesto como resultado de eso, una población que vive y lucha
día a día con la delincuencia, extorsiones, con la incertidumbre, pero con la
confianza puesta en Dios que algún día se podrá vivir en paz, donde todos
tengan oportunidades de crecer y cubrir sus necesidades básicas, y donde todos
formemos parte de la solución, practicando valores, mejorando las relaciones
familiares y el amor por los demás.
Por:
Marcela Hasfura

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