"Yo no tuve la culpa" - dijo Ale
Estaba sentada Starbucks de La Gran Vía esperándola. Cuando la vi ya no era la misma niña con sobrepeso de antes. Ahora caminaba mucho más segura de sí misma, había adelgazado y debo admitir que se veía muy bien.
Si no la conociera jamás hubiera identificado en ella un pasado triste. Ya no parece aquella chica insegura. Ahora la veo y me siento orgullosa porque brilla con su luz propia. Cuando estábamos en el colegio no éramos tan amigas. Ambas sabíamos cosas superficiales la una de la otra, como cual era nuestro color favorito, quien era el chico que nos gustaba o cuál era nuestra película favorita. Hasta ese día que con la intención de hacerle unas preguntas para un trabajo de Ciberperiodismo, establecimos una conversación intima, y me terminó contando su pasado triste.
El contexto ya sabía cuál era, un colegio católico de renombre, exclusivo para señoritas de bien…o al menos, esa era la idea de algunos. Sus instalaciones poseían aulas amplias y ordenadas, una zona de habitaciones para internas, una piscina y una lujosa capilla, la cual era emblemática para centro educativo. Desde sus inicios había sido fundado con la idea de formar a futuras damas, yo también estuve ahí, y todavía me impresiona no haberme dado cuenta.
“Comenzó el día 27 de enero de 2010, cuando discutí con Ada. Fue una riña bastante infantil. Era una de esas discusiones desencadenada por rumores que habían llegado a oídos de una sobre la otra por comentarios de terceros. Ese acontecimiento fue en la tarde, y en la noche, cuando ingresé a mis redes sociales después de cena, me di cuenta que algo estaba diferente y me pareció extraño. Mis otras amigas, Carla, Beatriz y Marlene me habían eliminado de Facebook, pero antes me habían enviado un mensaje personal que decía “la pagarás muy caro niñita, te arrepentirás”.
A medida que me relataba la historia, surgieron varias interrogantes, lo primero que quería saber era cual había sido su reacción ante lo que había sucedido y me comentó que solamente se limitó a responder “no quiero que estemos enojadas, lo siento” y pretendió que nada había ocurrido, pero en su interior sintió miedo, ya que sabía de lo que eran capaces sus supuestas amigas, porque en un momento ella también fue parte de ese grupo.
“Al principio, simplemente me observaban de forma despectiva en el colegio, y se reían cada vez que yo pasaba. La primera semana eran solamente ellas 4, la segunda semana el grupo había aumentado, y se convirtió en un séquito de 8, incluyendo dos chicas que se encontraban en noveno grado. La tercera semana ya no eran solamente miradas y risas, ahora también eran comentarios, y cada vez que la veían pasar mencionaban la palabra “grasa”. A finales de febrero recibí una mención en Twitter, de una cuenta que se llamaba @alelagorda con un mensaje que decía “¡Hola, soy Ale, oink oink!” y la imagen anexa de un cerdo. Me molesté al leerlo, pero me asusté más al ver que no era el único, y darme cuenta que desde el 28 de enero se habían escrito tuits ofensivos hacia mí, y la mayoría tenían fotografías adjuntas de cerdos, hipopótamos, comida chatarra o mujeres con sobrepeso.”
El bullying es un fenómeno que ha surgido en los últimos años, y más casos se han hecho conocidos en los últimos cinco, según la Fundación En Movimiento, siendo en su mayoría mujeres las que comenten las agresiones hacia personas de su mismo género. El 60% de las denuncias recibidas en esta fundación están relacionadas con ataques femeninos.
Me entró curiosidad el saber por qué la atacaban con ese tema. Siempre había padecido de sobrepeso y varias sabíamos que ese tema era un punto débil para ella. Nosotras no éramos las únicas que sabían de su complejo, al parecer sus supuestas amigas ya sabían de su problema, ya que ella les confesó que nunca se había sentido a gusto con su cuerpo y que cuando estaba más pequeña había tenido problemas con la comida, todo por querer ser delgada.
Me asombró darme cuenta la forma en la que las personas que consideras importantes para ti te terminan apuñalando por la espalda, y me entró la curiosidad de saber cuál había sido su reacción ante los primeros ataques, a lo que ella me respondió: “Todos los días leía los comentarios de Twitter, luego me acercaba a la báscula del cuarto de mis padres y me pesaba. Recuerdo que siempre marcaba 110 lbs, pero si la aguja se movía un poco me asustaba, no por el hecho de haber engordado, sino porque tenía miedo del próximo comentario de las chicas en alguna red social”.
Debo admitir que me asusté mucho con su respuesta. En ese instante pensé en las niñas de diferentes partes del mundo que también sufren inseguridades, y como estas pueden empeorar gracias a los comentarios de otras personas. Según psicólogos, las mujeres son más vulnerables a ser víctimas del bullying, ya que pueden ser fácilmente atacadas por sus inseguridades, y estas frecuentemente se dan porque “según ellas” no cumplen los patrones de belleza establecidos por la sociedad. Me asombré también por el impacto que un grupo de 8 chicas ejercía sobre una niña de 15 años en ese entonces.
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Después de un minuto de silencio incómodo, porque yo no sabía cómo responder, le pregunté si la situación se había quedado ahí o había continuado, ella me respondió que cuando llegó el mes de marzo y era tiempo de semana santa, pensaba que por fin descansaría de las incomodidades diarias que le hacían sentir en el colegio y que finalmente esta tortura terminaría, sin embargo solamente empeoró. Se enteró que el grupo de 8 se reunió en la casa de playa de Andrea, no para disfrutar y relajarse en el mar, sino para planear los siguientes ataques hacia Ana, y esta vez, habían logrado que chicas de noveno grado también se involucraran. Ya no eran solamente 8, ahora eran 12 chicas contra una.
Comenta que le pareció extraño que toda la semana no leyó ningún tuit sobre ella. Se sintió tranquila por primera vez en tres meses y pensó que todo había terminado. Incluso, hasta había considerado acercarse a hablar con sus ex amigas para solucionar todo y llevar la fiesta en paz. “Mis papas me dijeron que me veían más feliz y que me veían más relajada. Aunque ellos en ese momento todavía no sabían por lo que estaba pasando”.
Instantáneamente le pregunté ¿por qué dejaste de sonreír? Y me contó lo que había sucedido después.
El último día de vacación recibió un correo electrónico de una dirección que se llamaba alepiggorda@hotmail.com. El mensaje decía “Hola gordita, ¿cómo la pasaste comiendo? Si yo fuera tu, ya me hubiera matado” y al final, estaba la dirección de un sitio web. Por curiosidad decidió abrirlo, y fue ahí donde por un instante sintió que su corazón se paraba al leer todos los comentarios que hacían sobre ella, y darse cuenta que ya no eran 12 niñas, sino 20.
Me dio curiosidad saber qué cosas ponían sobre ella, así que le pregunté y me respondió: “Todos los comentarios hacían alusión a mi peso, o a mis dientes grandes. Lo que más me dolió y todavía lo recuerdo es uno que decía que yo era una negra bulímica, que caminaba como si la hubieran violado y que debería de estar muerta. En ese momento si sentí miedo, tanto así que ya no quería ir al colegio.”
Ana me comentaba que solamente la idea de ir al baño en su colegio le aterraba, tenía miedo de encontrarse a alguna de esas chicas en el camino y le hiciera algo. Ya tenía miedo de que hubiera agresión física hacia su persona.
Le pregunté por qué tenía miedo a ser golpeada, y me contestó que no sabía si era problema de su mente o si ellas realmente eran capaces de hacer algo así, pero que en ese momento se sentía tan indefensa, tan pequeña y débil, que pensaba que cualquier cosa podría pasarle, incluso, pensaba que hasta ya se estaba acostumbrando a que la trataran así de mal sus compañeras.
Me entró curiosidad por saber dónde se encontraban sus amigas en todo este tiempo, porque yo sabía que aparte de su “grupo VIP” ella se llevaba muy bien con otras chicas del salón, a lo que ella respondió: “Las demás también tenían miedo, porque el problema ya no era solamente conmigo, a pesar que solo a mi me atacaban en las redes sociales. Cada vez que una de mis amigas era vista conmigo en un recreo, ese mismo día comenzaba a ser atacada por las demás, y aunque no me dijeran que se sentían intranquilas o que tenían miedo, yo lo percibía. También sentía una gran pena, porque por mi culpa ahora ellas estaban siendo molestadas”.
Después de haber respondido a mi interrogante, añadió “Tú no sabes que tan grande se hizo este problema, por un momento, sentí que nunca terminaría esta tortura. Sentía que no podía conmigo misma, y aparte tenía que cargar la culpa que otras fueran molestadas porque se llevaban conmigo, era demasiado para mí.”
Usualmente en los casos de bullying la víctima no habla del tema con nadie por miedo a que los ataques sean peores.
A pesar que varias víctimas del acoso escolar y cibernético no comentan el asunto por miedo, según las estadísticas de la Encuesta Nacional de la Juventud 2010 en México indican que un 50.6 % de hombres ha sufrido de abusos mientras que las mujeres solamente un 49.4 de mujeres son víctimas.
Sin embargo, aunque se conoce que el fenómeno existe, según la misma encuesta, el 82.6% de maestros y el 88.1% de figuras de autoridad escolares (director, subdirector, coordinador, etc.) nunca han sido informados que estos sucesos ocurren en las instituciones educativas.
Yo quería saber si Ale lo había hecho, porque sé que la comunicación con sus progenitores es muy buena, en especial con su mamá. Ella me comentó que sus padres se habían convertido en un gran apoyo para ella. A pesar que le daba pena que la vieran llorar, muchas veces, cuando sentía que ya no podía más, se acercaba a ellos en busca de ayuda, porque sentía que su situación era verdaderamente frustrante.
El comentario que realizó después hizo que me diera cuenta de que tan grande era el problema y también me hizo cuestionarme a mi misma por qué nunca me percaté. Me dijo: “El problema se estaba saliendo del colegio, y tanto mi familia como la de las otras chicas que eran molestadas quería involucrar a abogados y que esto pasara a niveles de asuntos legales. Me sentía segura porque sabía que nosotros teníamos la razón, pero el miedo persistía, porque la familia de una de las chicas que me atacaba era bastante poderosa, y tenía miedo que mi papá o mi mamá también salieran dañados por mi culpa.”
Seguía impresionada con lo que me había dicho. Por un momento sentí un poco de culpa por no haberla apoyado, pero era imposible darse cuenta, o quizás yo estaba muy enfrascada en mi mundo como para percatarme.
Nuestro tiempo de charla había acabado, pero me había quedado con muchas inquietudes e interrogantes, así que le pedí que nos volviéramos a ver una vez más. La historia había quedado inconclusa y todavía no sé porqué una parte de mi se identificó con ella.
Cuando llegué a casa seguía pensando en la historia de Ana y de lo mucho que había sufrido. También pensé en las otras víctimas del bullying que sufrían en secreto por miedo a hablar y finalmente pensé en mi amiga Laura.
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| Foto de archivo |
Según Equipo Bullying Cero de Argentina, los agresores actúan en situaciones donde no hay figuras de autoridad presentes, por ejemplo, en los baños de los colegios, en recreo y muy frecuentemente en internet. Los ataques son rápidos y pequeños, también son constantes, y es ahí donde la persona comienza a sentirse agredida y se convierte en víctima.
Con Laura somos muy cercanas, y a pesar que ella ahorita está muy feliz en Europa estudiando, antes de llegar a mi colegio había estado en otro donde un grupo de chicas la había molestado desde que ella estaba en segundo grado y a través de las redes sociales desde que estaba en sexto grado. Ese era un tema del cual no le gustaba mucho hablar, pero aprovechando que el momento se había dado, decidí preguntarle con mucho cuidado, porque sabía que era un tema sensible para ella.
La llamé por Skype, y luego de ponernos al tanto de nuestras vidas, busqué el momento indicado para hacerle algunas preguntas.
La primera interrogante era relacionada a su interacción en Facebook, porque sabía que por ese medio habían sido los ataques, a lo que ella respondió: “Lo creé en el 2006, tenía 11 años cuando empecé y agregaba a mis amigas de colegio que también tenían perfil en la red social y a algunos amigos de mis primos que vivían en Europa, también agregaba a mucha gente que no conocía, o me agregaban y yo los aceptaba, al permitir a extraños conocer parte de mi vida fue donde cometí un gran error. Pero mi más grande equivocación fue pensar que podía hacer verdaderos amigos en línea e incluso, encontrar una relación amorosa por ahí”
Las amistades online todavía son una especie de tema tabú para algunas personas en nuestros tiempos, son mal vistas, y más aún, las relaciones amorosas en línea. Ella me había contado que por 6 meses había tenido un novio cibernético, y que después de esa relación, tanto los abusos como la interacción con sus compañeras habían cambiado.
A ese comentario vino la pregunta que le realicé, la cual era para saber cuándo y cómo había comenzado a sentirse atacada. Laura me respondió “Sentí que algo no estaba bien cuando mis pocas amigas de la vida real cambiaron, a medida que yo hablaba con la persona de la que me enamoré en línea. Un día esa persona me insulto de una forma extremadamente cruel, y sacó a luz mis defectos, mi baja autoestima y muchas cosas que en confianza le había contado. Luego me di cuenta que cada comentario que yo hacía en el colegio luego aparecía en internet, junto con alguna foto mía, frecuentemente eran montajes, en situaciones bastante comprometedoras.”
Cuando las agresiones se dan en línea es más complicado pararlas, ya que lo que se sube a internet queda ahí para siempre, y muchas veces el acceso a esos datos no se pierde.
Conociendo ese dato, le pregunté si en algún momento había sentido que no podía parar la situación y me contestó que sí, que se había sentido vulnerable cuando se dio cuenta que la persona de la que se enamoró era un perfil falso creado por sus mejores amigas y que ellas también eran las personas que la agredían en línea con comentarios y fotomontajes. Sentía que ella no tenía el valor para pararse en frente de las personas que la molestaban.
Finalmente me comentó que gracias al apoyo de dos chicas de su salón que eran bastante seguras de sí aprendió a defenderse y así logró que los ataques pararan, sin embargo este suceso no la dejó bien por mucho tiempo, así que decidí preguntarle de una forma sutil si el hecho de haber sufrido cyberbullying había dejado secuelas en ella, y me confesó lo siguiente: “Por mucho tiempo tuve miedo e inseguridad, odiaba que me tomaran fotos y tuve baja autoestima. En ese aspecto ahora me encuentro muy bien y tranquila, también ahora tengo más cuidado sobre lo que publico en las redes sociales. No comparto información mía que sea muy privada o personal. Las utilizo con mucha más cautela y con mayor desconfianza.”
Sus últimas palabras no se quedaron solamente en una conversación de Skype, sino que se convirtieron en un consejo para mí, porque como toda joven, muchas veces pierdo el cuidado de lo que publico y con estas conversaciones con dos de mis amigas, he aprendido que así como hay personas buenas en este mundo también hay personas malas.
El miércoles me llegó un mensaje a mi móvil, era de Ale diciéndome que lastimosamente no podría reunirse el viernes conmigo porque tenía que trabajar en unas tareas de la universidad, así que le respondí que no importaba, que cuando ella pudiera con gusto nos veríamos.
El jueves en la tarde salí con mi papá, fuimos por un café y un postre. Mientras comíamos saludó a un amigo de él quien era psicólogo. Seguimos charlando con papá y le comenté sobre el tema que estaba desarrollando, luego recordé que él tenía un amigo que me podía ayudar, así que decidí llamarle al Lic. García, quien previamente nos habíamos encontrado en el café.
La serie de preguntas que le realicé fue teléfono, y le comenté un poco de los dos casos de bullying entre mujeres que había escuchado y también mi preocupación por que hubiera más casos y que estos fueran callados u ocultos.
Mi primera pregunta fue en relación al fenómeno del cyberbullying específicamente, quería saber por qué en los últimos años este fenómeno había aumentado, a lo que me respondió “Es por la difusión de nuevas tecnologías, también por la influencia de los medios de comunicación, ya que estos presentan una imagen, el cual se convierte en un ideal para los jóvenes. Generalmente el bullying lo que lo causa es la necesidad de “querer ser normal”, es decir, unos se discriminan a otros porque ellos se consideran “más normales” que el otro. Un ejemplo son las personas con sobrepeso o extremadamente delgadas, a ellos se les molesta por no cumplir el estándar, ya sea en hombres de los músculos o de las mujeres, ser lo suficientemente delgadas.”
Otro aspecto que llamó mi atención de los dos casos fue que este solo se daba entre mujeres y quería saber por qué era así, y el Lic. García me comentó que ocurría igual en ambos casos, pero se justificaba más entre mujeres, porque ellas tienen la “obligación moral” de decir cuando una mujer no es bella, porque socialmente el papel de las mujeres es ser un adorno, entonces cuando la mujer no es un adorno, es cuando se ve atacada.
También quería saber las edades entre las cuales se daba, porque en ambos casos había notado que eran etapas cercanas. El Lic. García me dijo lo siguiente “Depende del agresor o de la víctima, ya que víctima pueden ser hasta los famosos, pero ellos no son tomados en cuenta, ya que no leen cada comentario negativo que se escribe de ellos. Creo que las edades más propensas para sufrir acoso son de los 14 a los 19 años” y con su respuesta pude comprobar que estaba en lo correcto, ya que Ale tenía 15 cuando comenzó a ser atacada y Laura tenía 14.
Las últimas preguntas que le realicé fueron para saber por qué habían sido ellas víctimas de cyberbullying, quería saber específicamente si existía algún tipo de perfil tanto del agresor como de la víctima, sin embargo él me comentaba que no, que dependía de cada persona, de cómo atacara y de cómo el otro se sintiera ofendido, todo era bastante subjetivo.
En el caso de Ale fue atacada fácilmente con un aspecto como sus problemas de peso, el cual sabían que era su punto débil. Para Laura fue diferente, porque fue víctima de una mala broma y jugaron con sus sentimientos.
Pasaron 5 días desde que hablé con el psicólogo hasta el día que me escribió Ale. Me preguntó si nos reunir el sábado en la tarde y luego ver películas. Muy contenta le respondí que sí. Ya extrañaba su amistad y el hecho que me contara lo que había sufrido había hecho que me sintiera más cercana a ella.
Llegó el fin de semana y a las 3 de la tarde me fueron a dejar a la casa de mi amiga. Comenzamos a platicar y a ponernos al tanto de nuestras vidas, luego retomamos el tema con el que nos habíamos quedado pendientes y le hice tres muy importantes para terminar de atar los cabos sueltos de su historia.
Quería saber si algo en su persona había cambiado después de haber sido víctima de bullying, y me comentó que efectivamente, así había sido. Ahora había aprendido a ser valiente, a defenderse, a no quedarse callada y a sentirse más segura de sí misma, porque sabía que esa era la única forma en la que nunca más volvería a ser atacada.
Antes de haber establecido esta conversación con ella solo sabía que el bullying entre chicas había ocurrido en nuestro ex colegio, pero no sabía cómo había empezado ni como había terminado.
También sabía que este tema de conversación entre las dos tenía que terminar, pero antes tenía que hacerle unas últimas preguntas que de verdad quería saber, estas fueron: ¿Cómo terminó tu historia? ¿Qué hiciste para que dejaran de molestarte? Y con una gran sonrisa de satisfacción en su rostro me contó lo que había hecho.
“Dos días antes de mi cumpleaños decidí hablar con Andrea. Antes de hacerlo lo pensé tantas veces y cuando me le acerqué para decirle que necesitábamos hablar lo hice por impulso, sentía que no era yo. Estábamos paradas en la cancha y de una forma tranquila y educada le pregunté cuál era su problema conmigo. Necesitaba saber el verdadero motivo de todos sus ataques y me respondió que todo había sido por rumores que le habían llegado que yo decía cosas feas de ella, pero yo le aclaré como había sucedido todo y le dije que era cierto y que no. Me pidió disculpas. Después de ese día mi vida cambió, por fin volví a ser feliz, porque automáticamente me dejaron de molestar y todo lo que habían puesto en internet sobre mi lo borraron.”
Me sentí muy orgullosa de mi amiga, porque sé que para lograr lo que ella hizo se requiere mucha fuerza y valentía, algo que no todos tienen y por eso siguen callando todos los abusos que sufren por medio de las redes sociales.
El acoso escolar no es un juego de niños, o en este caso, de niñas. Son una serie de abusos contra la integridad de la persona que comienzan como inocentes bromas y terminan llevando a situaciones más intensas, dejando daños psicológicos irreparables e incluso llevando hasta el suicidio.
Las personas tenemos el deber de denunciar cuando nos percatemos de situaciones de esta índole, y también debemos aprender a convertirnos en un ejemplo para las generaciones menores, para que ellos aprendan que los problemas que se tiene con las demás personas se solucionan hablando racionalmente, no atacando. También se debe enseñar y aprender a aceptar a los demás tal y como son, promoviendo la tolerancia y la paz para que así no existan otras Ales o Lauras, que sufrieron por mucho tiempo en una etapa tan bonita de la vida, como lo es la adolescencia.



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