La motivación extra en cada partido

Por: Yolanda Aguilar

Era un miércoles 5 de noviembre,  y nada estaba siendo como en años anteriores, ese año en particular fue el más raro de mi vida. Trataba que todo corriera con normalidad, pero eso era imposible, en mi interior sabía que después de lo que estaba pasando, nada iba a volver a ser de la misma manera, nada…

La alarma suena, es hora de levantarse… pero desde el momento que me desperté yo sentía que algo no andaba bien, tenía un presentimiento raro, algo que me tenía inquieta. 6:10 am, salíamos con mis hermanos para la universidad y ellos para el colegio, pero yo seguía con esa sensación rara en mí y no entendía qué era, por qué me sentía así.

Las horas pasaron y el día parecía ir normal, las actividades se realizaban como siempre, estaba en la biblioteca de la universidad, sentada en la mesa del centro con mis compañeros alrededor, trabajabamos en un proyecto que había que entregar, pero a la vez en las demás materias. Eran días de locos, había demasiado por hacer y no había tiempo para perder.

Mientras hablaba con una persona de mi grupo, sentí algo extraño en mí, ese presentimiento parecía ser algo serio, yo sabía que algo andaba mal, podía imaginar qué era, pero mi mente quería darme el beneficio de la duda y quería creer que me estaba equivocando.

El teléfono se encendió y yo jamás contesto las llamadas, porque siempre está en silencio, nunca me doy cuenta cuando me llaman, pero ese día algo me decía que tenía que estar pendiente, no sabía por qué, pero yo tenía que estarlo, después de eso vi que, había una llamada entrante. En ese preciso momento supe que el presentimiento era lo que yo me imaginaba, pero simplemente no quería aceptar.

Contesté y me salí de la biblioteca, estaba justo frente a la puerta, escuchaba a mi papá hablar y solo podía caminar y caminar en el mismo lugar sin saber qué decirle. Papá es un hombre con una voz ronca, bastante imponente y bastante serio, pero ese día me hablaba con una voz suave, tan suave que parecía no ser él quien estaba al otro lado del teléfono, se escuchaba tan diferente, que entendí todo sin necesidad que él me dijera.

Tenía la piel de gallina y una cara de espanto, mis manos temblaban y lo único que pude hacer fue guardar mis cosas y avisar que tenía que irme, mis amigos cercanos entendieron el porqué de mi reacción, los demás no, pero eso no importaba, mi cara lo decía todo, el presentimiento dejó de serlo y ahora era una realidad.

Me subí al carro rogando que todo fuera mentira, pero la cara de Don Oscar, la mano derecha de mi papá desde que tengo memoria, un gran amigo de la familia, que nos conoce a mis hermanos y a mí desde bebés. Su cara lo decía todo… Era cierto y no hay más que hacer, me llevó a la casa, porque mi papá se lo había pedido de favor, lo único que yo quería era llegar encerrarme en mi cuarto y no salir nunca más quedarme allí esperando que todo fuera una mentira, que fuera una pesadilla, pero no… era todo tan real.

Al llegar a casa y antes de bajarme, me dijo algo que cambió todo, él dijo: “tus hermanos no saben” mi cara fue de asombro, necesitaba descargar mis emociones, pero mis hermanos menores tenían que verme feliz, sonriente porque ellos no tenían ni la menor idea de qué había sucedido. Hice lo mejor que pude y todo lo que pude para que me vieran lo más feliz posible. Pero aunque ellos aún no se percataban de las cosas, yo sé que en el fondo lo sabían.

En casa nada era normal, ese día había algo, no fue, ni va a ser nunca un día normal, fue el peor de todos los días, no me explicaba cómo un día tan soleado y tan radiante, con un frío y vientos que a todos nos gustan en estas fechas, estaba siendo demasiado gris y bueno no gris, negro, oscuro, pero parecía que solo nosotros podíamos verlo así, los demás podían apreciar el día hermoso que hacía.

Desde ese momento nada fue igual

Desde aquel 5 de noviembre nada volvió a ser igual, nada volvió a ser como antes y por más que lo desee nunca volverá a ser así, pero desde ese día todo tomó un rumbo diferente, todo tenía que cambiar sí o sí.

Meses después de asimilar todo lo que había pasado, yo estaba enojada con la vida, y no quería hacer nada, había dejado lo que más me gustaba, el fútbol, porque quien siempre me apoyó, quien amaba ir a todos mis partidos por irrelevante que fuera ya no estaba más, se había ido, y yo no quería ir a jugar y ver ese asiento vacío en la grada, pero las ganas de volver a una cancha no se iban de mí, eso es algo que ya viene en mí, que no lo puedo sacar de mí.

Un día sonó el teléfono me estaban invitando a jugar un torneo, yo no quería ir, estaba enojada con la vida, yo sabía que ir me iba a hacer bien, pero no quería ver ese asiento vacío… Después de largas horas de pensarlo y repensarlo, entendí las palabras que me dijo esa persona antes de irse: “esté o no esté la vida sigue, y no solo porque yo no esté vas a dejar de hacer lo que te gusta”. Esas palabras me marcaron tanto que me animaron a regresar a hacer lo que más me gusta.

Decidí aceptar la invitación, pero esta vez iba con una motivación extra, yo sabía que todo iba a ser distinto, pero desde ese día decidí usar el mismo número en todas mis camisetas, el 21 en honor a esa persona tan especial, que aunque yo sabía que ya no iba a estar en el mismo asiento y si volvía a ver a la grada iba a estar vacío me miraba desde el cielo y en eso volvieron otras palabras a mi cabeza, que sirvieron para motivarme más: “siempre voy a estar orgullosa de ti, no importa dónde esté”.

Ese día después de haber regresado a una cancha, de tener esa sensación de nervios antes de comenzar a jugar, antes que la pelota comience a rodar, después de recordar lo bonito que es jugar, de lo que uno puede llegar a disfrutar ese momento dentro de un terreno de juego después de todo ese tiempo...

Comprendí que las cosas que uno ama no se pueden dejar solo porque sí, y entonces cada gol cobró valor, cada gol que hago desde ese día hasta hoy va con dedicatoria al cielo y eso lo hace aún mejor, porque es una motivación para intentar marcar en cada partido, desde ese día pedir el 21 en mis camisetas es obligación para mí, ese 21 que tanto significaba para esa persona pasó a ser mi motivación de no dejar lo que me gusta porque sé que aunque no esté físicamente mamá desde el cielo va a todos mis partidos.

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