El primer día de los difuntos


Por: Luisa Ortiz H

No era un día cualquiera… era un día en el  que todas las personas que han perdido a un ser querido, se toman el tiempo de ir a visitarlos en el último lugar en el que se vieron. Cada 2 de noviembre, se lleva a cabo el día de los difuntos. Para la Iglesia Católica es una conmemoración, una remembranza que se hace a todas las personas que han partido de este mundo. Aunque la iglesia siempre ha orado por los difuntos, fue a partir del dos de noviembre del año 998 cuando se creó un día especial para ellos: fue establecido por el monje benedictino San Odilón, Francia. Su idea fue adoptada por Roma en el siglo XVI y de ahí se difundió al mundo entero.

El cielo estaba indescriptible, parecía una pintura hecha por un artista reconocido, una pintura que debería estar en los museos más famosos del mundo, ha sido uno de los atardeceres más lindos que he visto. Había miles de familias reunidas alrededor de las tumbas. Todas las personas llevaban flores para decorar: grandes, pequeñas, azules, rojas, moradas… Fue un día para  reunirse con la familia, sentarse en la grama a recordar. En el cementerio  se podía sentir como cada persona ponía su esmero para arreglar el lugar donde estaba descansando su familiar o su amigo. Cada familia recordaba todo lo que la persona que partió dejó de legado. Había música. Cuando escuché una canción en específico,  llegaron a mi mente recuerdos que van a estar en mi memoria para toda la vida… y sin darme cuenta, tenía lágrimas en mis ojos. No podía dejar de pensar en todas las cosas que viví junto a él. Nunca pasó por mi mente la primera vez que iba a ir a visitarlo… visitarlo al cementerio el día de los muertos.


Podía ver en la cara de mis hermanas y mi mamá como la tristeza se apoderaba de ellas. Todas pensábamos lo mismo… todas sentíamos lo mismo: lo extrañábamos todos los días, pero ese día, lo extrañábamos más de lo normal. 




Había niños jugando, corriendo y saltando por todas partes mientras que otros lloraban. A la par de donde estaba, había una señora que se llamaba Tránsito Hernández Chicas 1929-2005. Tenía flores rojas, la grama estaba muy decorada, se notaba que se habían tomado el tiempo de ponerlas ordenas a lo largo del espacio.

Al estar sentada, viendo a todas esas personas que llegaron a ver a sus seres queridos comprendí que la vida se va en un abrir y cerrar de ojos. Todos algún día vamos a morir: por alguna enfermedad, repentinamente o en un accidente… de cualquier forma, y como bien dicen “nadie sabe el día ni la hora”. 



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